¿Nunca os habéis preguntado cuáles son las diferencias que existen a la hora de cocinar un pimiento rojo, verde o amarillo?
© El Platillo Comilón
Desde nuestra cocina intentaremos explicároslas de un modo breve y sencillo. No existe una planta distinta para cada pimiento, es la misma, solo que varía el tiempo de maduración y cosecha de cada uno de ellos. De esta manera obtenemos los pimientos de tres colores:
- Pimiento rojo: es el más maduro de los tres tipos que conocemos y el que más nutrientes proporciona, entre los que caben destacar la fibra, magnesio, vitaminas, como la A, B6 y C, y el licopeno y betacaroteno, unos potentes antioxidantes. Su sabor es mucho más dulce que el resto debido a su avanzado estado de maduración y es el rey de muchas recetas de la cocina española. Suele tener un precio más elevado en el mercado debido a la gran cantidad de recursos que necesita durante su cultivo hasta alcanzar el grado de maduración adecuado.
- Pimiento amarillo: se encuentra en una fase de maduración intermedia, por lo que sus nutrientes son ligeramente mayores que los del verde, pero, a su vez, algo menores que los del rojo. Su textura es suave y carnosa, y su sabor toma matices entre dulzón y amargo, haciéndole ser muy apetitoso. Su consumo proporciona altas cantidades de fibra, ideal para las dietas hipocalóricas.
- Pimiento verde: el color se debe a su temprana recolección y su bajo grado de maduración. Suelen ser los más económicos del mercado porque los requerimientos y cuidados que necesitan durante su cultivo son menores. Es el menos dulzón de los tres, teniendo incluso en algunas ocasiones, hasta con un cierto toque amargo.
A la hora de comprar los pimientos, sean del color que sean, debemos prestar mucha atención a su aspecto: deben tener un buen tamaño y, al ser posible, una piel brillante y lisa, carente de golpes y/o agujeros. Si vemos arrugas sobre su superficie o manchas localizadas, es indicativo de que fueron cosechados tiempo atrás y han sido conservados en cámaras o almacenes hasta su venta. Esto hace que su sabor y la cantidad de nutrientes que poseen, se vean mermados. A través del tallo podemos ver también su estado general. Este debe ser duro, de color verde y terso.
Para conservarlos, si no los vamos a utilizar en algún tiempo, basta con meterlos en el cajón del frigorífico apto para tal fin. Si decidimos dejarlos en la bolsa en la que los hemos adquirido, haremos unos agujeros para que el aire circule libremente y transpiren. Pueden durar así entre 4 y 5 días aproximadamente. Después de este tiempo podremos ver cómo su superficie va arrugándose y perdiendo el brillo que le es característico. Si uno de ellos comienza el proceso de putrefacción, debemos retirarlo para evitar que se extienda al resto.
Esta es la forma de conservación más generalizada, pero debemos saber que hay muchas otras como son la congelación, la deshidratación, el embotado en vinagre o aceite, escaldado, etc.
One Comment
Miki
Consejos sencillos y prácticos, como siempre interesante.