Menú Cultural

Cómo ‘La última cena de Leonardo da Vinci’ llegó a mi vida y su relación con la gastronomía (parte I)

© El Platillo Comilón

 

*Nota del Sr. Comilón: en esta primera parte de nuestro Menú Cultural dedicado a ‘La última cena de Leonardo da Vinci’, nos ceñiremos a la historia en sí de la obra y de su autor para ponernos en situación, dejando un poco de lado el simbolismo de dicha representación (incluido el análisis relacionado con la cena que se sirve en la misma). Este, se recoge en la segunda parte.

 

 

     Hace tiempo, más concretamente en marzo del año 2012, fui a Milán para disfrutar de un concierto de Franco Battiato. Si no sabéis de quién se trata, puedo deciros que es uno de mis cantantes preferidos, aparte de ser compositor y director de cine. Son muchos los años que lleva este siciliano de pura cepa sobre las tablas de los escenarios y muchas las obras de arte, musicalmente hablando, que han salido de sus manos y de sus cuerdas vocales. Las gafas negras de pasta que reposan sobre su majestuosa y exultante nariz le han creado un halo de inteligencia, misticismo y originalidad que, a pesar de los años, ha sabido mantener.

 

Franco Battiato (Fotografía de Antonello Nusca)

 

 

Entrada al concierto de Franco Battiato en el Teatro Arcimboldi, Milán (15 de marzo de 2012)

 

 

Franco Battiato en concierto (Fotografía: El Platillo Comilón)

 

 

Franco Battiato en concierto (Fotografía: El Platillo Comilón)

 

 

     El viaje me sirvió no solo para disfrutar de tan magnífico evento, sino también para descubrir uno de los cuadros que la historia, con el devenir de los años, ha elevado a niveles supra orbitales: “La última cena” de Leonardo Da Vinci (1494-1498). Ir a Milán y no verlo… no tiene sentido, pero os cuento cómo fue mi encuentro con esta obra de arte.

 

     Fue inútil conseguir la entrada anticipada por la Web del museo para los días en que viajaba a Milán. Estaba todo ocupado y no había ni un solo hueco disponible. Viajé allí sabiendo que no lo podría ver, así que, uno de los días me acerqué a Santa María delle Grazie para hacer unas fotos del elemento arquitectónico en sí y por lo menos sentirme cerca. A pesar de eso me acerqué a la taquilla ‘haciéndome el tonto’ y pregunté, en español y medio en inglés a la señora que atendía, si había alguna estrada disponible para ese día en concreto. Un sudor gélido recorría todos los poros de mi cuerpo de los nervios que tenía, aunque sabía que el ‘no’ ya lo tenía. Me miró por encima del mostrador, tecleó no sé qué en el teclado del ordenador que tenía delante y me dijo: ‘acaban de anular dos entradas para la siguiente visita, ¿quiere entrar? Casi me desmayo allí mismo: ¡claro que quiero! ¡Viva! exclamé bajo su desafiante mirada. Y allí me quedé.

 

Entrada al Cenacolo Vinciano

 

 

Vista exterior de Santa Maria delle Grazie

 

 

     Su autor, Leonardo da Vinci, nació el 15 de abril de 1452 en Vinci, un pueblecito cerca de Florencia, Italia y lo hizo como hijo ilegítimo de su tío Piero Fruosino di Antonio, un acaudalado canciller, notario y embajador de la República de Florencia, y una lavandera conocida como Caterina di Meo Lippi. Fue entregado a su abuelo paterno, Antonio da Vinci con el que se crio.

 

     En aquellos años, las convenciones modernas en los nombres de personas estaban lejos de desarrollarse en Europa, por lo que únicamente las grandes familias hacían uso del apellido patronímico. La gente de pueblo solía ser designada por su nombre, al que se le adjuntan todo tipo de precisiones útiles: el nombre del padre, el lugar de origen, un apodo, el nombre del maestro en el caso de los artesanos, etc. Después de todo este planteamiento, no es de extrañar que a este se le conocería como Leonardo di ser Piero da Vinci, cuyo significado es «Leonardo, hijo del maestro Piero de Vinci»; el término «da» no lleva mayúscula porque no se trata de un apellido.

 

     Residió en Florencia, Milán, Roma y viajó por Pavía, Venecia, Mantua, antes de acabar en Amboise, Francia. En Roma estuvo dos años con la confianza de que se le hiciese algún encargo para las obras del Vaticano y, al no recibirlo, viajó de nuevo a Milán.

 

     El 23 de abril de 1519, enfermo desde hacía ya varios meses, redactó sus últimas voluntades plasmándolas en un testamento ante un notario de Amboise. Tras confesarse y recibir la extremaunción, falleció el 2 de mayo de 1519 a los 67 años de edad, en el Castillo de Clos-Lucé, cerca de Amboise, según reza la leyenda, en «los brazos del rey Francisco I», cita basada en la interpretación, probablemente errónea, de un epígrafe redactado por Giorgio Vasari. Quizá quiso decir «en gran estima del rey” o “con afecto del rey”, pues seguramente este ni estuvo presente en su fallecimiento. No obstante, esta escena origen de dicha invención, fue reproducida en 1818 en un óleo sobre tela de 40 x 50 cm por Jean-Auguste-Dominique Ingres. Actualmente se encuentra en el Petit Palais, París.

 

La muerte de Leonardo da Vinci (Jean-Auguste-Dominique Ingres, 1818. Petit Palais, París)

Para obtener más información sobre la obra, pincha en la imagen.

 

 

    Con 14 años de edad ingresó en el taller del artista Andrea del Verrocchio, grabador, escultor, pintor … y participó en la realización de dos cuadros de su maestro, demostrando su maestría y el estudio del naturalismo desde su juventud:

 

 

      • Tobías y el Ángel de Andrea del Verrocchio (entre 1470 y 1480; Galería Nacional de Londres) donde da Vinci se encarga de hacer la trucha y el perro. Para obtener más información sobre la obra, pincha en la imagen.

 

 

 

      • Bautismo de Cristo de Andrea del Verrocchio (entre 1472 y 1475; Galería Uffizi de Florencia, Italia) donde da Vinci se encarga esta vez del ángel de la izquierda y del paisaje del fondo. Para obtener más información sobre la obra, pincha en la imagen.

 

 

     Giorgio Vasari afirmó que, cuando Verrocchio se sintió superado por la maestría y el dominio de Leonardo en cuanto a la pintura, juró no volver a pintar nunca más, llegando incluso a romper sus pinceles delante de todos sus aprendices. Pero, aunque es verdad que Verrocchio se dedicó fundamentalmente a la escultura, esta anécdota no debió ser cierta porque, entre 1475 y 1483, pintó ‘La Virgen con Santos Juan flautista y Donato’.

 

     Se ha escrito muchísimo sobre los posibles secretos que se esconden tras él, pero, a día de hoy, todo sigue siendo un enigma, salvo una cosa: la comida que Leonardo sirvió a los comensales invitados a su obra. Tras su más reciente restauración, llevada a cabo en el año 1999, salieron a la luz muchos detalles que, hasta entonces, estaban ocultos o en penumbras. Tras varios estudios de la obra en sí, se decidió emplear ciertos métodos científicos dando como resultado la vistosidad y luminosidad de los colores que originalmente empleó su autor al pintarlo por primera vez.

 

 

ENCARGO DEL CENÁCULO Y LA OBRA DE PINTURA POR LOS MONJES DOMINICOS

 

     Situémonos en la ciudad de Milán entre los años 1463 y 1490. Esta etapa se corresponde con el inicio y el fin de las obras que se llevaron a cabo para construir un convento dominico y una iglesia en el mismo lugar en el que antes se encontraba una pequeña capilla dedicada a Santa Maria delle Grazie (Santa María de las Gracias). Bajo la dirección del arquitecto Guiniforte Solari, el convento de los Dominicos se terminó en 1469 y años después, en 1482, la iglesia. En 1490 Ludovico Sforza, por entonces Duque de Milán, más conocido como ‘el Moro’, mandó que se modificase el claustro y el ábside de la iglesia adjunta de Santa Maria delle Grazie, encargándole la obra a Donatto Bramante. Y fue en el año 1494 cuando le encargó a Leonardo da Vinci la decoración del refectorio del convento con una representación de la última cena de Jesús con sus apóstoles. Esto explicaría de alguna forma la presencia de las insignias ducales que están pintadas en las tres lunetas superiores.

 

Detalle de las insignias ducales sobre la obra de la Última cena

 

 

     El 3 de enero de 1497 la mujer de Ludovico, Beatrice d’Este, falleció como consecuencia de varios problemas tras un parto prematuro en el que el bebé nació también muerto. Fue sepultada en la iglesia de Santa Maria delle Grazie, convirtiéndose desde entonces en el lugar de sepultura de los Sforza.

 

Virgen y Niño entronizados con los Doctores de la Iglesia y la familia de Ludovico il Moro (“Retablo Sforza”)

Para más información sobre esta obra, pincha en la imagen.

 

 

     El cenáculo era el comedor de los monjes, los cuales se disponían  en varias mesas a ambos lados de las paredes laterales, dejando presidir al prior. El resto de cargos que había en el convento se disponían en uno de los lados cortos del rectángulo que formaba el habitáculo, presidido por la obra de la Crucifixión de Montorfano.

 

La Crucifixión de Giovanni Donato da Montorfano (1497)

Para más información sobre esta obra, pincha en la imagen.

 

 

     Volviendo a la obra de la última cena… Leonardo la pintó en el lado opuesto de la obra anterior a una altura de 2,15 m del suelo ocupando toda la pared, por su disposición el cuadro parece formar parte del conjunto de la habitación. Sus dimensiones son de 4,60 m de altura por 8,80 m de ancho y fue realizada con la aplicación directa de óleo sobre el yeso, ‘al seco’, de la pared, contrariamente a lo que se conocía como ‘al fresco’, técnica utilizada comúnmente en la época. Su nueva y revolucionaria técnica le permitió hacer infinitos retoques, al contrario que la de ‘al fresco’, que se basaba en el uso de cal y agua y exigía mayor rapidez a la hora de pintar ya que el pigmento se secaba casi en el momento y quedaba fijado sobre la superficie impidiendo ser retocado. Los personajes representados tienen un tamaño de 9 codos, están a un tamaño del 150% respecto de una persona real.

 

Fueron varios los escritores de la época que escribieron comentarios sobre la obra de Leonardo:

 

      • Matteo Bandello (1480-1560): ‘… a la mañana temprano subir al andamio, porque la Última Cena estaba un poco en alto; desde que salía el Sol hasta la última hora de la tarde estaba allí, sin quitarse nunca el pincel de la mano, olvidándose de comer y de beber, pintando continuamente. Después sabía estarse dos, tres o cuatro días, que no pintaba, y aun así se quedaba allí una o dos horas cada día y solamente contemplaba, consideraba y examinando para sí, las figuras que había pintado. También lo vi, lo que parecía caso de simpleza o excentricidad, cuando el Sol está en lo alto, salir de su taller en la corte vieja» —sobre el lugar del actual Palazzo Reale— «donde estaba aquel asombroso Caballo compuesto de tierra, y venirse derecho al convento de las Gracias: y subiéndose al andamio tomar el pincel, y dar una o dos pinceladas a una de aquellas figuras, y marcharse sin entretenerse’.

 

      • Giorgio Vasari (1511-1574): en una de sus obras célebres obras, ‘Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (Le vite de’ più eccellenti pittori, scultori, e architettori italiani, da Cimabue insino a’ tempi nostri 1550; segunda edición ampliada en 1568), describe con sumo detalle anécdotas, leyendas y curiosidades sobre cómo Leonardo trabajó en esta obra. Incluso recalca cómo algunos días lo hacía no sin cierto ímpetu, y sin embargo otros, solo observaba y pensaba. En ella cuenta la anécdota de cómo le costó poner cara a Judas; se pasó muchos días deambulando por la ciudad buscando una que le encajase a la perfección. Esta forma que tenía de trabajar impacientaba sobremanera al prior del convento, el cual no se lo pensó dos veces y fue a quejarse al duque, quien a su vez llamó al pintor para decirle que su trabajo apremiaba: ‘Leonardo explicó que los hombres de su genio a veces producen más cuando trabajan menos, por tener la mente ocupada en precisar ideas que acababan por resolverse en forma y expresión. Además, informó al duque que carecía todavía de modelos para las figuras del Salvador y de Judas; (…) temía que no fuera posible encontrar nadie que, habiendo recibido tantos beneficios de su Señor, como Judas, poseyera un corazón tan depravado hasta hacerle traición. Añadió que si, continuando su esfuerzo, no podía encontrarlo, tendría que poner como la cara de Judas el retrato del impertinente y quisquilloso prior’.

 

      • Giambattista Giraldi Cinthio (1504-1573): gracias a los recuerdos que su padre le contó, escribió también sobre la manera en que tuvo Leonardo a la hora de trabajar en esta obra: ‘Antes de pintar una figura, estudiaba primero su naturaleza y su aspecto […] Cuando se había formado una idea clara, se dirigía a los lugares en los que sabía que hallaría personas del tipo que buscaba, y observaba con atención sus rostros, su comportamientos, sus costumbres y sus movimientos. Apenas veía algo que podía servirle para sus fines, lo dibujaba a lápiz en el cuadernillo de apuntes que siempre llevaba a la cintura. Este proceder lo repetía tantas veces como juzgase necesario para dar forma a la obra que tenía en mente. A continuación plasmaba todo esto en una figura que, una vez creada, movía el asombro’.

 

 

     El día en el que Leonardo acabó su obra, la noticia se propagó rápidamente hasta llegar a conocerse entre muchos otros artistas de la época y miembros de la propia realeza europea, quienes también tuvieron ocasión de contemplar. Cuando el rey Luis XII de Francia conquistó Milán en el año 1499, y supo de su existencia, quedó tan sumamente prendado por ella que pensó en llevársela a su país. El hecho de que estuviese pintada sobre una pared, fulminó esa idea, ¿cómo se la llevaría?, ¿trozo a trozo destrozándola por completo? ¡Imposible! Pero no cesó hasta conseguir una réplica idéntica, tal como reza en una carta escrita por él mismo en 1507: ‘necesitamos a Leonardo’. La copia parece ser obra de Andrea Solario, uno de los discípulos de Leonardo, con ayuda de este último. Pero esto forma parte ya de otra historia.

 

     Pocos años después de su finalización, más concretamente en el año 1500, comenzaron a aparecer signos evidentes de deterioro. Aquí se inició la primera de muchas restauraciones que sufriría a la largo de su historia:

 

      • En 1500 una gran inundación cubrió el suelo y mojó las paredes.
      • En 1517 hay noticia de que la pintura estaba muy dañada.
      • En 1600 se decía que estaba en estado ruinoso.
      • En 1652 la construcción de una puerta en la pared cortó los pies de tres de los personajes representados. Los golpes infligidos fueron de tal magnitud que llegaron a resquebrajar la pintura. Los trocitos que se desprendieron, y aquellos que casi lo hicieron, se fijaron con clavos a la pared.
      • Desde 1726 se llevaron a cabo intentos fallidos de restauración y conservación practicando varios repintes infructuosos.
      • En 1788 Goethe, tras ver la instancia y la obra en un estado tan lamentable, la describe así: ‘Frente a la entrada, en la zona más estrecha y al fondo de la sala, estaba la mesa del prior, y a ambos lados las de los restantes monjes, colocadas sobre una especie de grada a cierta altura del suelo. De repente, cuando al entrar uno se daba la vuelta, veía pintada en la cuarta pared y encima de las puertas la cuarta mesa, con Jesús y los Apóstoles sentados a ella como si fueran un grupo más de la reunión. La hora de comer, cuando las mesas del prior y de Cristo se encontraban frente a frente, encerrando en medio a los demás monjes, tuvo que ser, por fuerza, una escena digna de verse’.
      • En 1797 el ejercito francés utilizó la sala como establo.
      • En 1800 el suelo se cubrió con varios palmos de agua debido a una inundación.

 

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  • Vista exterior de Santa Maria delle Grazie en el año 1880

 

  • Vista del interior del cenáculo en el año 1895
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      • En 1943 los bombardeos aliados casi destruyen el cenáculo. A pesar del bombardeo que sufrió la ciudad de Milán los días 13 y 15 de agosto de 1943, en plena II Guerra Mundial, la obra de la última cena se encuentra hoy en día en su ubicación original, en una de las paredes del antiguo convento dominico de Santa María delle Grazie, exactamente en el refectorio del convento, es decir, en la sala habilitada para el comedor común. Gracias a la idea que tuvieron los monjes de parapetar la pared donde estaba pintada la obra con una estructura de maderas, hierros y sacos de tierra, o gracias a un ‘milagro’, ¡quién sabe!, esta se salvó. Como consecuencia del bombardeo, el techo y el lateral del edificio que da al claustro se hundieron casi por completo quedando en pie las paredes menores con los cuadros de Montorfano y Leonardo, así como la lateral que da a la calle.

 

Estructura de maderas, hierros y sacos de tierra con la que los monjes protegieron la obra de ‘La última cena’ de Leonardo da Vinci durante la II Guerra Mundial

 

 

Estado en el que quedó Santa Maria delle Grazie tras el bombardeo en la II Guerra Mundial

 

 

      • De 1977 a 1997 un programa de restauración hizo uso de las más modernas técnicas, que han mejorado un poco su estado.

 

Detalle del estado de deterioro actual que sufre la obra

 

     Con el paso de los años es lógico que aparezcan signos evidentes de deterioro, pero han sido y son muchas las medidas destinadas a paliarlos, como el control de una fuente de luz tenue, de una temperatura ambiente determinada y la restricción de visitas. En la actualidad solo se permite la entrada de 25 personas cada 15 minutos, evitando, claro está, el solapamiento entre grupos.

 

     Si como yo, que desde pequeño he visto en libros o documentales de televisión los misterios que encierra la obra en sí y he leído novelas donde aparece, no sin cierto protagonismo, entras en la sala donde se encuentra y la ves, una pequeña descarga eléctrica recorre tu cuerpo a modo de latigazo. Estás ante una obra única de la que tantas veces has oído hablar y de la que ahora, de forma indirecta, formas parte también de su historia. Por todo esto, y por la simbología que tiene esa cena tan histórica, El Platillo Comilón ha querido, desde su sección Menú Cultural’ , que también forméis parte de ella y de su relación con lo que nos reúne aquí: la cocina y la gastronomía en todos sus ámbitos.

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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One Comment

  • Miki

    Qué buen trabajo, Sr. Comilón!!! A por la segunda parte…

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